22 de marzo 2021
Era de madrugada… no sé qué hora era exactamente, pero me desperté por un dolor muy grande en el útero. Pensé, ¿es una contracción? No podía ser. Estaba de 37 semanas, y aunque no había llegado a término con ninguno de mis dos hijos anteriores, no creía que estuviera empezando a recorrer el camino para conocer a mi Pequeño.
Durante toda la noche, me iba despertando con pequeñas contracciones, que no conseguía sostener estando tumbada. Mi fisiología debe estar diseñada de tal manera, que las contracciones de tumbada, se vuelven insostenibles, pero estaba tan cansada, que me resistía a levantarme e intentaba dormir. Además de que… realmente, no podía creer que estuviera ya en pleno trabajo, para ayudar a nacer a mi bebé.
Aparte de de esas oleadas que venían cada media hora o cada 45 minutos, también mi cuerpo necesitó ir varias veces al baño durante la noche… ¿Estaré mal de la barriga? ¿Tendré algún tipo de virus estomacal? Luego caí en la cuenta. Mi cuerpo lo que hacía era prepararse para el nacimiento de mi bebé.
A las 6 de la mañana, ya de pie, porque no podía estar tumbada cuando llegaban las contracciones, desperté a mi marido y le dije, que quizá sería bueno que sus padres vinieran a buscar a nuestros hijos mayores para acompañarles al colegio, ya que, aunque no las tenía todas conmigo… creía que estaba de parto.
Llegaron las 7 de la mañana y despertamos a nuestros hijos. Les conté que creía que el bebé venía de camino. Que sus abuelos vendrían para llevarles al cole, para que papá y yo pudiéramos ir al hospital, para confirmar si estaba de parto.
Tanta duda, también se debe a que en mis dos partos anteriores, yo había roto la bolsa, momento en el cual empezaron las contracciones y empezó el camino hacia el parto. Con la bolsa rota, no había duda, mi bebé ya venía de camino. Pero con el Pequeño esto no sucedió. Sé de muchas mamás que durante varias noches han estado con contracciones y luego llegaba el día y todo se relajaba y quedaba en unos pródromos previos, días, incluso semanas antes de nacer el bebé.
Durante el tiempo que vestimos a los niños y me arreglé yo también para ir al hospital, las olas uterinas frenaron, aunque de vez en cuando llegaba alguna fuerte, potente, en la que yo de forma instintiva iba adoptando diferentes posturas para sobrellevar aquella oleada; de cuclillas, de pie, en cuadrupedia… como el cuerpo me pidiera… me estaba dejando hacer, algo que también se diferenció de mis dos partos anteriores, en los que aunque tuve movimiento libre, no me dejé fluir…
Los niños se fueron… y poco después salimos hacia el hospital. Llegamos alrededor de las 9 de la mañana. Me hicieron un tacto; 2 cm. Es increíble como tantas horas después de la primera contracción y sólo hubiera dilatado 2 cm. Pero bueno… esto tampoco era nuevo para mí. Pensé ingenua que al ser un tercero todo sería más rápido. La matrona me advirtió que los terceros se hacen de rogar, aunque luego el expulsivo suele ser rápido.
Y así fue! Fuimos a una habitación de la planta maternal a realizar allí la dilatación, y a esperar los resultados de la PCR. Yo quería parir en la sala de bajo riesgo. Como con mis anteriores hijos, quería un parto natural y no medicalizado.
La dilatación en la habitación fue dura. Me puse música y me aliené. Movía mis caderas y mis piernas como sentía que ayudaba a descender a mi bebé. Hacía canto carnático, respiraba y me repetía mis frases poderosas: Pau está en camino, cada contracción es un nuevo escalón que subo, para tener a mi bebé en brazos. Mi marido iba controlando mis contracciones más que evidentes. En ese momento te vuelves animal… no hay razones… no hay diálogos. De repente llegó una tan fuerte, que la acompañé gimiendo. Entró una matrona y me dijo, así como te he escuchado, vamos a la sala de partos. La sala que yo había pedido no estaba libre, pero el bebé de la otra mujer ya había nacido; los iban a trasladar, limpiaban la sala y me metía yo. ¿Quieres un tacto para saber cómo vas? Yo sabía que no es bueno hacerlos con menos de unas 4 horas de diferencia, y dije que no. Y nos enviaron de vuelta a la habitación. Me sugirieron una ducha y que me pusiera chorros de agua donde más dolor sentía a ver si eso me relajaba y podía descansar un poco, eran alrededor de las 12 del mediodía.
Me di la ducha poniéndome el agua justo en la zona baja de la barriga, que era donde yo sentía más dolor. En la ducha tuve 4 buenas contracciones, que mi marido rigurosamente controlaba desde fuera. Salí y me volví a vestir… la ducha no había mejorado… sino más bien activado aún más el trabajo de parto, ya que de cada vez las contracciones venían más seguidas. Cuando pasó un tiempo… no sé cuánto… mi marido llamó desde la habitación… estaba claro que teníamos que ir a sala de partos otra vez. Un recorrido de un par de minutos desde la planta maternal, nada desdeñable con semejantes contracciones. Tardaron en venir… o a mí se me hizo larga la espera… a mi marido también J.
Me ofrecieron silla… imposible… así como estoy no puedo sentarme… necesitaba gritar cada contracción… fuimos andando… poco a poco… y cuando venía una contracción mi marido me cogía, yo me medio colgaba de su cuello, dejando que él sostuviera mi peso y me abría… e intentaba ahogar el grito que necesitaba sacar.
De camino al partitorio llegaron 3 contracciones muy fuertes, en las que yo repetía la jugada… frenaba, me colgaba del cuello de mi marido y me dejaba.
Llegué al paritorio. La sala de bajo riesgo todavía no estaba lista. En la puerta de la sala que nos daban me dio otra súper contracción… está sí, la grité. Tenemos que ver cómo está el bebé. Me coloco de pie en un lateral de la cama, me ponen monitores y me preguntan si tengo ganas de pujar. No lo sé y lo digo. Nueva contracción, mientras intentan monitorizar a mi bebé… no soporto,… literalmente no soporto tener esa presión en la zona baja de mi barriga. Grito como una leona. Es un grito que sale de las entrañas… es un grito de fuerza, de vida. Pujo sin pensar. Rompo aguas… y la lío parda en el paritorio jejeje. Yo no sé dónde estoy… pero creo que no estoy en aquella habitación, sé que hay movimiento a mi alrededor. Mi marido está en frente mía, al otro lado de la cama, cogiéndome las manos… o más bien se las cojo y estrujo yo a él. Mientras varias personas sanitarias, limpian el suelo, mi matrona me quita las braguitas que yo todavía llevaba puestas. ¿Te puedo hacer un tacto? Accedí. Está de 9, tiene un pequeño reborde todavía del cuello del útero. Arg! Pensé! Maldita sea… el puñetero reborde con mis dos primeros hijos había sido un engorro y aunque todo fue genial… fue un expulsivo largo. Costó que mis pequeños nacieran porque chocaban contra ese reborde.
No han conseguido escuchar el corazón de mi bebé el tiempo necesario; Mónica… tengo que ponerte otra vez el monitor. Me lo aguanta ella con las manos, mientras yo sigo de pie. No… no me toques le digo, porque no soporto la presión que ejerce en mi vientre, justo en esa zona donde el dolor es más punzante. Está viniendo otra contracción muy fuerte, miro a mi marido, aunque no le veo. Y grito… Grito… noto el aro de fuego… sigo gritando… me dicen que pare, no puedo… oigo… Mónica, está naciendo como habías soñado. Le había contado a la matrona que había soñado que mi hijo nacía velado, y aunque justo en la contracción anterior había roto la bolsa, imagino que todavía estaba intacta por encima del rostro de mi bebé.
Debí tener lo que ahora conozco como reflejo de eyección, porque noté como la matrona acompañaba a mi bebé al final de esa contracción y me decía “Mónica, que te lo doy”. Me levanté la bata del hospital, abrí más mis piernas y todavía de pie tomé a mi bebé húmedo y resbaladizo de entre mis piernas y lloré… lloré mientras miraba a mi marido, agradecida de su sostén, de su compañía y de ayudarme a dar vida a nuestro tercer hijo. No podía creerme que con dos pujos tuviera a mi bebé en brazos. Eran las 13:59 horas. Hora de nacimiento redondeada a las 14:00 horas J
De repente hubo risas… yo llevaba todavía las deportivas puestas. J y es que como dijo la matrona, el expulsivo será rápido… ¡así fue! No nos dio tiempo ni a quitarme el calzado.
Me tumbé en la cama, que había sido un buen sostén para mis brazos y Pau y yo empezamos a mirarnos, olernos y conocernos. Le ofrecí mi pecho, que él olfateaba y buscaba, y le costó un ratito engancharse a él. Mientras tanto alumbré la placenta. Mi bebé se enganchó al pecho estando conectado todavía a la placenta ya fuera de mí. El cordón ya no latía. Yo creo que hacía aproximadamente una hora que ya tenía a Pau en brazos, y sólo en ese momento, la matrona sugirió cortar el cordón.
Guardamos la placenta, el primer hogar de mi pequeño, porque teníamos claro que queríamos hacer un ritual en nuestra casa, junto con la placenta de su hermano mediano: devolviéndolas a la tierra.
Nos quedamos otra hora más en aquella sala, mirándonos los tres, mi marido, Pau y yo. Llorando… alucinando como tras ese camino a veces duro y agotador, pero a la vez mágico e intenso, ya teníamos a nuestro bebé a este lado de la piel.
Y así fue como Pau con 37 semanas de gestación se presentó en nuestras vidas.